El siguiente texto corresponde al resumen en español de mi tesis de
doctorado. La misma se publicó como libro bajo el título: 

Christliche Symbolik und Christentum im spanischamerikanischen Roman des
20.Jahrhunderts. Con un resumen en español, Frankfurt am Main/Bern/New
York/Paris: Peter Lang, 1989 (Europäische Hochschulschriften, Reihe XXIV,
Iberoromanische Sprachen und Literaturen, Bd. 29).

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Simbolismo cristiano y cristianismo en la novela hispanoamericana del siglo XX


El presente trabajo se pregunta por la presencia literaria del cristianismo en Hispanoamérica. ¿En qué medida y en qué forma sigue alimentando la herencia cultural cristiana la imaginación de los narradores del subcontinente? El cristianismo ha contribuido, como no lo ha hecho ningún otro factor cultural durante el medio milenio que está para cumplirse, a conformar la idiosincrasia común de los países latinoamericanos. Aún hoy en día el cristianismo hispanoamericano mantiene su vitalidad, aunque a menudo rebasa los límites de la ortodoxía prescritos por la iglesia institucionalizada de Roma. Así lo prueban fenómenos tales como la teología de la liberación o la pluralidad barroca de las creencias populares semicristianas. Desde la Conquista el cristianismo hispánico (o sea la hispanidad cristiana) ha estado sometido a un perpetuo enfrentamiento con las culturas y religiones autóctonas. Pero, quizás por causa del poco prestigio de que ha gozado la iglesia católica y todo lo que tiene relación con el cristianismo tradicional entre gran parte de los intelectuales latinoamericanos, casi nadie se ha preguntado por su posible importancia literaria, insistiéndose sobremanera en la investigación de los elementos míticos y mágicos, que para muchos son algo así como la etiqueta de calidad de la Nueva Novela hispanoamericana.

No es tarea difícil averiguar las razones históricas que desfasaron el cristianismo y los respectivos valores culturales entre los círculos cultos y la vanguardia literaria. A este proceso contribuyeron la buena acogida dispensada a las corrientes racionalistas y positivistas, junto con el papel netamente conservador desempeñado por la iglesia hasta mediados de nuestro siglo. Además, la práctica del catolicismo popular no se ha diferenciado mucho de aquella religiosidad autóctona que aún se ciñe a las mitologías y las creencias arcaicas, de manera que las condenaciones (por razones ideológicas) y las revaloraciones (por razones estéticas) recaían a menudo sobre las dos actitudes a la vez. Es, pues, natural que durante la reciente boga de interés por todos los aspectos "míticos" y "mágicos" de la cultura latinoamericana cuyas huellas se rastrean en la narrativa de los últimos 30 años, el cristianismo haya recuperado también - por lo menos en la literatura - algo de su antigua importancia.

La base de la presente investigación no es, en cambio, el concepto "mítico" del cristianismo, ya que las narraciones bíblicas en las que éste se basa esencialmente y que también sirven de material a la elaboración literaria de temas cristianos, tienen un carácter totalmente diferente de los mitos que son el fundamento de las religiones precolombinas. La concepción cíclica del tiempo que se expresa en estos últimos se opone al carácter histórico de la religión bíblica, cuyo origen se halla en la historia del pueblo de Israel y que está orientada hacia un futuro en el cual se espera la salvación definitiva. El compromiso socio-histórico, la protesta y las esperanzas que ciertos escritores hispanoamericanos quieren verter en sus obras harmonizan, pues, mejor con la tradición cristiana que con el espíritu de los mitos indígenas, generalmente de carácter "fatalizador". Si se quiere verificar la presencia del cristianismo en la narrativa moderna, habrá que hacerlo con un método que tenga en cuenta la estructura de la nueva novela hispanoamericana. En el período de 1930 a 1960 la novela de cuño naturalista cedió paso a nuevos estilos narrativos, entre los cuales destaca la narración "simbólica". De un lado esta tendencia está en relación con la revaloración de lo mágico-mítico, pero de otro lado dio también cabida a una recuperación estética de la herencia cultural cristiana - dándose por sentado que el modo de expresión privilegiado de todos los mitos y religiones es lo simbólico. Por consecuencia, nuestro trabajo se esfuerza por hacer patente la manera cómo los autores modernos establecen una relación entre las narraciones y simbolismos de que les provee la tradición bíblico-cristiana y el relato propiamente dicho que constituye el primer plano de las novelas.

Dado el carácter necesariamente narrativo de los simbolismos es natural que la Biblia ocupe el primer lugar entre las posibles fuentes. Pero, como el centro del pensamiento y de la fe cristianos se encuentran en la persona de Jesucristo, en su doctrina, su pasión y su resurrección, hemos fijado la atención en los simbolismos "crísticos", es decir se analizan más detenidamente las novelas cuyos protagonistas aparentan tener una semejanza concreta con la figura de Cristo.

Las novelas que a este respecto se revelan como interesantes fueron escritas casi todas en la década de los años cincuenta. Cosa explicable por el hecho de que es éste el período que marca la transición de una escritura naturalista a una representación simbólica de la realidad - la transgresión de las fronteras del realismo, para decirlo con una fórmula de Fernando Alegría -, lo que implica la superación del regionalismo en favor de una mayor universalización de contenidos y formas. De otro lado, en el mismo decenio se operó un verdadero resurgir, un aggiornamento, del cristianismo latinoamericano. Tanto en lo literario como en lo religioso se asimilaron impulsos de procedencia europea o norteamericana, pero también se inició un nuevo proceso de síntesis que llevó a la revaloración de las propias raíces. Estos fenómenos - sobre todo el recurrir de manera casi exagerada a simbolismos bíblicos - se muestran con mayor evidencia en la literatura chilena del período, por lo que ésta merece especial atención.

Si los novelistas hispanoamericanos, tradicionalmente escépticos, integran elementos cristianos en sus novelas en mayor medida que anteriormente, ello no significa necesariamente una "vuelta a la fe". El que los autores se consideraran a sí mismos cristianos o no, no ha sido un criterio de selección. Sin embargo, se ha procurado averiguar si el cristianismo toma cuerpo en sus novelas, no sólo en cuanto a la forma literaria sino también a nivel de "mensaje". Tampoco carece de interés en qué medida el catolicismo se manifiesta materialmente, o sea, cuál es el papel desempeñado por la iglesia, por los sacerdotes y por las prácticas religiosas - aunque éste no es, de ninguna manera, el tema principal de nuestra investigación.

Pretendemos aportar una contribución a la historia de la novela hispanoamericana, recurriendo, en consecuencia, a los métodos de la ciencia literaria y no a los de la teología ni de la sociología de la religión. Esto no impide que se tengan en cuenta - recordando también lo postulado por Alejo Carpentier - los contextos americanos. Por eso, el primer capítulo intenta dar una imagen del desarrollo histórico del cristianismo hispanoamericano, considerándolo como fuerza cultural, social y política, y no exclusivamente religiosa. El segundo capítulo, además de resumir los resultados de (las escasas) investigaciones existentes, comenta sumariamente las obras de 36 narradores hispanoamericanos en las cuales se manifiesta la herencia cristiana de una manera muy heterogénea y difícilmente comparable. En el tercer capítulo se expone el método que se aplicará para analizar e interpretar, en la parte principal, las novelas de ocho autores en cuyas obras el simbolismo cristiano cobra mayor relieve. Para captar la configuración especialmente novelística de los simbolismos cristianos se recurre al concepto de paramitología, acuñado por el crítico chileno René JARA CUADRA, según el cual

el mundo novelesco posee estructura paramitológica cuando sus materiales se organizan de acuerdo a mitos que funcionan correlativamente al acontecer narrativo, amplificando su significación por la mención implícita que se hace de ellos. Estos mitos normalmente, provienen de la tradición occidental clásica o bíblica (veterotestamentaria o evangélica). No menos provechosa resulta, en algunos casos, la aplicación del término posfiguración (transfiguración), introducido en el análisis narrativo por Theodor ZIOLKOWSKI en la secuela de Erich AUERBACH y una vieja tradición hermenéutica de la teología.

Los capítulos cuatro a diez están dedicados a las obras de Alejo CARPENTIER, Eduardo CABALLERO CALDERON, Manuel ROJAS, José Manuel VERGARA, Enrique LAFOURCADE, Carlos DROGUETT, Augusto ROA BASTOS y Vicente LE-ERO. Estos análisis procuran tener en cuenta la obra completa de los autores y el contexto histórico-cultural al que corresponden, especialmente el de Colombia, Chile, Paraguay y México. Tienen, pues, un carácter relativamente independiente y monográfico, que hace posible una lectura por separado. Tanto las reseñas del II capítulo, como el detallado análisis de una decena de novelas evidencian que los simbolismos cristianos y el cristianismo en cuanto parte del contexto cultural, contribuyen esencialmente a dar forma y sentido a numerosas e importantes obras de la reciente novelística hispanoamericana. Casi todos los autores mencionados vuelven sobre la figura de Cristo como símbolo central del cristianismo y representante de unos valores éticos y culturales profundamente arraigados en la mentalidad hispanoamericana. Ideológicamente las interpretaciones y valoraciones de la herencia cultural cristiana, que se manifiestan en las respectivas obras, difieren mucho entre sí; en cambio, son bastante obvios los paralelismos en lo que toca a la funcionalización estético-literaria a la que se someten los temas y figuras derivados de la tradición cristiana.

Los novelistas hispanoamericanos, en sus intentos por superar las limitaciones heredadas del realismo-naturalismo, encontraron en la imaginería bíblico-cristiana un lenguaje de símbolos universalmente inteligibles. El recurso a la tradición cristiana - común a todo el mundo occidental - les sirvió de vehículo para comunicar la propia realidad a otros ámbitos culturales, de manera que al cristianismo le cupo la función de "puente hermenéutico". Como códice de imágenes e ideas se adecúa perfectamente a la realidad cultural de la Latinoamérica de hoy, posiblemente aún más que las antiguas mitologías indígenas. En la actualidad, la relevancia social y cultural de estas últimas parece limitada, máxime si se tiene en cuenta la "biblicidad" de la realidad hispanoamericana: es decir, el que en ciertos ámbitos la vida de los latinoamericanos ofrece una sorprendente semejanza con el mundo bíblico que condicionaba las narraciones del Viejo y del Nuevo Testamento. Es por este camino que la elaboración narrativa de los simbolismos bíblicos les permite a los novelistas mantenerse fieles a la propia tradición cultural y, al mismo tiempo, conferir una dimensión universal a los temas que quieren expresar.

Además de aumentar el potencial de lecturas posibles, la simbólica narrativa garantiza la unidad estética de la obra. Se hace indispensable en las novelas en las que se pierde el orden linear de la narración (como p. ej. en Rojas, Droguett, Roa Bastos y alguna obra de Leñero). En tal caso la estructura simbólica del acontecer - que puede ser establecida por la simple mención de nombres, epígrafes o el título de la obra - guía al lector en su intento por descifrar y ordenar los elementos dispersos de la obra.

Los relatos simbólicos de origen cristiano - por lo tanto religioso - a los que se refieren las novelas son casi inagotables en su caudal semántico. De todas formas, impiden el que se atribuya un sentido único y definitivo a los hechos narrados; estos permanecen susceptibles de interpretaciones siempre nuevas. Aun si en las novelas no se explicita el contenido religioso de los relatos bíblicos, éste no se pierde del todo y se conservan por lo menos vestigios de su antigua transcendencia. El empleo de simbolismos cristianos, especialmente el de la Resurrección, corresponde, pues, a la tendencia por superar una concepción de la realidad cientificista o de raíz positivista que les viene demasiado estrecha a la mayoría de los novelistas hispanoamericanos, aunque no se consideren "religiosos" en el sentido clásico de la palabra.

Las novelas tratadas aquí presentan también convergencias respecto a la valoración del catolicismo tradicional en Hispanoamérica. Con frecuencia las creencias y los ritos arcaicos se presentan rodeados de un atractivo estético o son objeto de una vaga nostalgia. Pero durante largo tiempo el cristianismo hispanoamericano, por lo menos en su vertiente oficial, representada por la iglesia católica, no ha sabido ofrecer a sus fieles perspectivas válidas y realistas para la práctica de la vida individual y colectiva. En las novelas las formas de devoción exigidas o favorecidas por la iglesia producen casi siempre la impresión de estar espiritualmente "muertas". Pero en la mayoría de las obras se sugiere a veces, al mismo tiempo, cómo construir un cristianismo diferente, una "iglesia alternativa", más cercana del pueblo y de sus necesidades. En algunos casos se esboza tan sólo en el nivel simbólico, como vago anhelo o como una visión que todavía espera su realización. En otras obras tales esperanzas encuentran su plasmación anticipadora en el plano de los hechos narrados. Es evidente que se trata de una reivindicación colectiva, cuyo grado de realización literaria va aumentando de obra en obra.

La novela de Alejo Carpentier representa una especie de inventario de las huellas dejado por el cristianismo hispanoamericano. Desde el punto de vista del hombre "moderno" no se puede constatar mucho más que su relevancia cultural y estética. Los simbolismos cristianos tienen la misma función comunicativa que los mitos autóctonos a los que se recurre igualmente. En la obra de Caballero Calderón se condena explícitamente la religiosidad popular - vista como ignorancia de los brutos - y el catolicismo tradicional, representado por la iglesia en la medida en que este último se hace cómplice de la política conservadora. Se construye el proyecto de un "cristianismo puro", no corrompido por los intereses políticos, pero la intromisión del Cristo simbólico en el "reino de este mundo" termina en un fracaso. Realizar la Resurrección resulta imposible. Sólo en la novela de Manuel Rojas, en la que el cristianismo no se concretiza ni como iglesia ni como práctica religiosa, brota una esperanza en el nivel simbólico de la novela. A semejanza de la vida de Jesús, una existencia reducida al "punto cero" puede tener sentido y dignidad, sobre todo si encuentra apoyo en la solidaridad de un grupo de compañeros fraternales. En Daniel y los leones dorados tampoco se hace referencia al cristianismo latinoamericano. Aquí, éste se sustituye por su forma europea, más intelectual. En su novela, Vergara intenta realizar la Resurrección relatando cómo un niño es salvado del aborto. Se trata, en efecto, de una solución que ya no va limitada a la vida interior y subjetiva de los protagonistas; pero el problema no pierde su carácter personal e intimista. Para subir al cielo es una reformulación de la actitud "moderna" frente a la religión, ya tratado por Carpentier. En la obra de Lafourcade, el rechazo de la dimensión metafísica de la existencia tiene por efecto que el hombre se encuentre a merced del príncipe de este mundo, de los mitos del Eterno Retorno.

La resignación, que caracteriza las narraciones de Caballero Calderón y Lafourcade, es superada en la obra de Droguett. Aunque en El compadre el mundo narrado parece dominado por unas creencias populares totalmente apolíticas, en el nivel simbólico se va concretizando el ardiente anhelo por ver surgir un Cristo rebelde que se libere de la Cruz. En Hijo de hombre el interés estético por la sincrética religiosidad popular no es lo que cuenta. Tampoco se desprecia por ser un síntoma de subdesarrollo, sino que aparece como una fuerza subterránea, plena de posibilidades culturales y políticas que apuntan hacia el futuro. Se vislumbra la constitución de una iglesia diferente, propia del pueblo paraguayo (o de los pueblos latinoamericanos) y claramente opuesta a la iglesia católica de Roma. Los fieles de esta iglesia se orientan hacia la imagen de un Cristo herético y rebelde que los salvaría de un ciclo infernal de opresión y violencia. Si la novela de Roa Bastos parece una anticipación literaria de lo que postula la reciente teología hispanoamericana, el "novísimo Testamento" de Vicente Leñero es, en cambio, una transposición a posteriori de la teología de la liberación. En El Evangelio de Lucas Gavilán la "comunidad de base" de Jesucristo Gómez, que lucha por una mayor justicia en esta vida, ha dejado el nivel meramente simbólico para bajar a la realidad (ficticia). Se agrava el conflicto con la jerarquía eclesiástica, un clero conservador y ciertos aspectos - ritualistas, mágico-míticos y fatalistas - de la religiosidad popular.

En la mayoría de las novelas estudiadas se expresa el deseo de que la existencia del hombre encuentre una nueva orientación en el más acá: tendencia que, en pleno siglo veinte, puede parecer un tanto superada y que sólo cobra sentido si se tiene en cuenta el peso excesivo que ha cabido al "otro mundo" en la cultura tradicional de Hispanoamérica. Las novelas de Carpentier y de Lafourcade son las más explícitas a este respecto, ya que en ellas la fe cristiana es un relicto de otra época, ya sustituido por nuevos modelos de vida. Otros autores, en cambio, no dan por superado el mensaje cristiano, sino que tratan de religarlo - a través de su cristalización simbólica que es la figura de Cristo - con el reino de este mundo. Si se deja aparte el caso de Caballero Calderón, que insiste en la "separación de los reinos", los novelistas apuntan hacia una "realización" - según la fórmula acuñada por Dorothee Soelle - de Jesucristo. Intentan relacionar la dialéctica de la vida y la muerte, de la Pasión y la Resurrección - refiriéndose o no al pensamiento de los teólogos - con la existencia histórica del hombre latinoamericano. Al mismo tiempo quieren pasar de una perspectiva subjetiva y particular a otra de índole colectiva y social.

La temática de casi todas las novelas examinadas puede captarse con los conceptos de liberación o salvación que, a menudo, van relacionados con la idea cristiana de la Resurrección. Sin embargo, lo anhelado no es una liberación de este mundo sino en este mundo. Se trata de liberarse de los falsos deseos, de las amenazas y los recelos, de las heridas interiores y de la opresión política real. Sobre todo en las obras de Carlos Droguett, Roa Bastos y Vicente Leñero se manifiesta claramente la protesta en contra de una actitud que, sin más, acepta las estructuras vigentes, caracterizadas por la injusticia y la opresión, como si fueran impuestas por el destino o por una deidad implacable. El símbolo del Cristo rebelde engendra una actitud opuesta: para el hombre latinoamericano se transforma en un desafío que lo invita a tomar en sus manos su propio destino. Los novelistas de los años cincuenta prácticamente no tenían conciencia de que este arraigo en la inmanencia histórica y en la vida concreta del hombre correspondiera originariamente a la religión bíblica. De sus obras surge una especie de contraproyecto al cristianismo oficial, que parece ignorar los verdaderos problemas y necesidades de los hombres de Latinoamérica. Algunos escritores descubrieron su simpatía por la religiosidad popular y autóctona. En parte se trata de una lógica consecuencia de un compromiso con las clases más bajas y su cultura. Tal actitud la comparten autores como Rojas, Droguett, Roa Bastos y Leñero. Sin embargo, esta postura es problemática, ya que los cultos populares, con su carácter mágico-mítico, sincretista y fatalista, son difícilmente compatibles con el postulado compromiso histórico y social. Un punto de enlace más adecuado, aunque menos americano, lo ofrece la tradición profética del cristianismo. Y efectivamente hay narradores, Carlos Droguett por ejemplo, que se colocan a sí mismos en la sucesión de los amonestadores del Antiguo Testamento o que incluso se comparan con los evangelistas, a quienes consideran los "novelistas" o los "periodistas" del Nuevo Testamento.

Caballero Calderón, Rojas y Vergara, Droguett, Roa Bastos y Leñero (sin hablar de los autores presentados en el II capítulo) crean sendas reinterpretaciones muy personales del símbolo de Cristo. En forma narrativa despliegan el potencial semántico de los acontecimientos evangélicos. Lo hacen experimentando con su material, de manera que aparezcan alternativas que pongan en entredicho la consagrada exégesis de la figura de Cristo. En gran parte nacen de un profundo malestar originado por la realidad religioso-cultural del subcontinente. Tampoco la iglesia latinoamericana ha permanecido totalmente ajena a este fenómeno. Ya desde los años cincuenta se notan intentos paralelos de abrir nuevas perspectivas, no menos entre los laicos que entre sacerdotes y teólogos. Pero esto no permite establecer una relación de causa y efecto entre los cambios que sobrevienen casi paralelamente en la iglesia y en la literatura. Ambos responden - cada una a su manera - a lo que Roa Bastos y otros escritores perciben como un "temblor subterráneo en la sociedad". Fenómenos tales como la teología de la liberación, que surge en los años sesenta, y más tarde el interés de las ciencias humanas por la religiosidad popular en Latinoamérica son anticipadas - ciertamente de modo menos espectacular - en las obras de algunos novelistas, especialmente en las de Droguett y Roa Bastos. Años después de haber escrito sus respectivas novelas, ambos se muestran sorprendidos al darse cuenta de que la iglesia sigue un camino que para ellos no había sido más que un proyecto utópico.

A lo largo de nuestra investigación topamos con algunos "escritores católicos", pero también se ha podido comprobar que incluso los narradores que al principio adoptaban una postura indiferente o negativa frente a la fe y a la iglesia acaban por introducir simbolismos cristianos en sus novelas, construyendo de tal manera modelos literarios que insinúan nuevas formas de existencia individual y colectiva. El mismo hecho prueba que para los artistas hispanoamericanos el cristianismo sigue constituyendo un reto y que no ha dejado de generar impulsos culturales y éticos. Aún en el caso de que el cristianismo y la iglesia hispanoamericanos continúen en su desarrollo prometedor, teniendo en cuenta los problemas socioeconómicos, humanos y religiosos del subcontinente, se puede suponer que tampoco en novelas futuras se perderá aquella tensión tan típica de las obras más logradas entre las tratadas aquí. Es decir, se mantendrá la contradicción creadora que caracteriza a todas las obras en las que el símbolo de Cristo se relaciona con la realidad histórica o su representación literaria - y por eso mismo choca con ella. Por "cristianos" que sean, los hechos narrados en una obra de arte honesta y seria no alcanzarán nunca la plenitud que promete el símbolo crístico. La discrepancia productiva que existe entre los simbolismos cristianos y una realidad más o menos impregnada de cristianismo será garante de que las novelas no degeneren en pálidas alegorías, utopías fantásticas o lamentaciones resignadas, sino que para el lector conserven todo el vigor apelativo de "metáforas vivas".


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