Sor Juana Inés de la Cruz

(1646 ó 51-1695)


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San Pedro Apóstol, 1683 (Villancico II)

Villancicos que se cantaron en la S. I. Catedral de Méjico, en los Maitines del gloriosísimo Príncipe de la Iglesia, el Señor San Pedro, año de 1683, en que se imprimieron.

Tan sin número, de Pedro
son las maravillas altas,
que aunque todas son sabidas,
nunca son todas contadas.
Que tuvo Santidad mucha
se sabe, pero no cuánta;
y saberla y no entenderla,
es lo mismo que ignorarla.
Que es Cabeza de la Iglesia,
la misma Iglesia lo canta;
pero no saben los miembros
lo que la Cabeza alcanza.
Sabemos que es el Clavero
de todo el Divino Alcázar,
y como no se ve el Reino,
no se sabe lo que manda.
Como hay potestad suprema
en sus Llaves soberanas,
pueden siempre obedecerla,
pero nunca mensurarla.
En fin, su graduación tanto
de todo discurso pasa,
que es el mejor aplaudirla
el no saber ponderarla.

Estribillo

¡Vengan a aplaurdir, vengan
todas las almas,
en virtudes sabidas,
las ignoradas,
de un tan gran Santo,
que la Fe solamente
puede alcanzarlo!

Romances

Debió la Austeridad de acusarle tal vez el metro; y satisface con el poco tiempo que empleaba en escribir a la Señora Virreina las Pascuas.

Daros las Pascuas, Señora,
es mi gusto y es mi deuda:
el gusto, de parte mía;
y la deuda, de la vuestra.

Y así, pese a quien pesare,
escribo, que es cosa recia,
no importando que haya a quien
le pese lo que no pesa.

Y bien mirado, Señora,
decid, ¿no es impertinencia
querer pasar malos días
porque yo os dé Noches Buenas?

Si yo he de daros las Pascuas,
¿qué viene a importar que sea
en verso o en prosa, o con
estas palabras o aquéllas?

Y más, cuando en esto corre
el discurso tan apriesa,
que no se tarda la pluma
más que puediera la lengua.

Si es malo, yo no le sé;
sé que nací tan poeta,
que azotada, como Ovidio,
suenan en metro mis quejas.

Pero dejemos aquesto;
que yo no sé cuál idea
me llevó, insensiblemente,
hacia donde no debiera.

Adorado Dueño mío,
de mi amor divina Esfera,
objeto de mis discursos,
suspensión de mis potencias;

excelsa, clara María,
cuya sin igual belleza
sólo deja competirse
de vuestro valor, y prendas:

tengáis muy felices Pascuas;
que aunque es frase vulgar ésta,
¿quién quita que pueda haber
vulgaridades discretas?

Sonetos

En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes.

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo sér unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco sér das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!

Loa para El Divino Narciso

Escena II

(Entranse bailando; y salen la Religión Cristiana, de Dama Española, y el Celo, de Capitán General, armado; y detrás, Soldados Españoles.)

Religión

¿Cómo, siendo el Celo tú,
sufren tus cristianas iras
ver que, vanamente ciega,
celebre la Idolatría
con supersticiosos cultos
un Idolo, en ignominia
de la Religión Cristiana?

Celo

Religión: no tan aprisa
de mi omisión te querelles,
te quejes de mis caricias;
pues ya levantado el brazo,
ya blandida la cuchilla
traigo, para tus venganzas.
Tú a ese lado te retira
mientras vengo tus agravios.

(Salen, bailando el Occidente y América, y Acom-
pañamiento y Música, por otro lado.)

Música

¡Y en pompa festiva,
celebrad al gran Dios de las Semillas!

Celo

Pues ya ellos salen, yo llego.

Religión

Yo iré también, que me inclina
la piedad a llegar (antes
que tu furor los embista)
a convidarlos, de paz,
a que mi culto reciban.

Celo

Pues lleguemos, que en sus torpes
ritos está entretenida.

Música

¡Y en pompa festiva,
celebrad al gran Dios de las Semillas!

(Llegan el Celo y la Religión.)

Religión

Occidente poderoso,
América bella y rica,
que vivís tan miserables
entre las riquezas mismas:
dejad el culto profano
a que el Demonio os incita.
¡Abrid los ojos! Seguid
la verdadera Doctrina
que mi amor os persüade.

Occidente

¿Qué gentes no conocidas
son éstas que miro, ¡Cielos!,
que así de mis alegrías
quieren impedir el curso?

América

¿Qué Naciones nunca vistas
quieren oponerse al fuero
de mi potestad antigua?

Occidente

¡Oh tú, extranjera Belleza;
¡oh tú, Mujer peregrina!
Díme quién eres, que vienes
a perturbar mis delicias.

Religión

Soy la Religión Cristiana,
que intento que tus Provincias
se reduzcan a mi culto.

[...]

Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz

[...]

El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones - que he tenido muchas -, ni propias reflejas - que he hecho no pocas -, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificársele sólo a quien me le dio; y que no otro motivo me entró en religión, no obstante que al desembarazo y quietud que pedía mi estudiosa intención eran repugnantes los ejercicios y compañía de una comunidad; y después, en ella, sabe el Señor, y lo sabe en el mundo quien sólo lo debió saber, lo que intenté en orden a esconder mi nombre, y que no me lo permitió, diciendo que era tentación; y sí sería. Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo, Señora mía, creo que sólo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salir. Pero quiero que con haberos franqueado de par en par las puertas de mi corazón, haciéndoos patentes sus más sellados secretos, conozcáis que no desdice de mi confianza lo que debo a vuestra venerable persona y excesivos favores.

Prosiguiendo en la narración de mi inclinación, de que os quiero dar entera noticia, digo que no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la experiencia; y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre, a quien la maestra lo ocultó por darle el gusto por entero y recibir el galardón por junto; y yo la callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden. Aún vive la que me enseñó (Dios la guarde), y puede testificarlo. [...]

[...] Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinación, hasta que alumbrándome personas doctas de que era tentación, la vencí con el favor divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huía de mí misma, pero ¡miserable de mí! trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación, que no sé determinar si por prenda o castigo me dio el Cielo, pues de apagarse o embarazarse con tanto ejercicio que la religión tiene, reventaba como pólvora, y se verificaba en mí el privatio est causa appetitus.

Volví (mal dije, pues nunca cesé); proseguí, digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros. Ya se ve cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y explicación del maestro; pues todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras. ¡Oh, si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo cuanto podía y dirigirlo a su servicio, porque el fin a que aspiraba era a estudiar Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios; y que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar letras; y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la hija. Esto me proponía yo de mí misma y me parecía razón; si no es que era (y eso es lo más cierto) lisonjear y aplaudir a mi propia inclinación, proponiéndola como obligatorio su propio gusto.

El Sueño

Primero Sueño, que así intituló y compuso la Madre Juana Inés de la Cruz, imitando a Góngora.

[...]

El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno - en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado -,
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
[...]


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