1¾«­{‰‹HPLPUB.DFVHPLJIIIB‘@īÅ9TŒ‹Žµ-  - Wolf’Lustig Mainz Cristo y los hombres en la novela hispanoamericana del siglo XX Para nosotros europeos especialmente alemanes, el Quinto Centenario ha sido y sigue siendo un est”mulo para analizar e interpretar las consecuencias de quinientos a¤os de cultura hisp nica y cat¢lica en el Nuevo Mundo. Esta mi conferencia, que pretende indagar las huellas del cristianismo en la narrativa hispanoamericana actual, es en parte el fruto de la concienciaci¢n respecto a Am‚rica que vivimos los centroeuropeos. Es claro que una reflexi¢n desde all  puede pecar de demasiado te¢rica, ya que se basa, como la m”a, exclusivamente en fuentes escritas y carece pr cticamente de la vivencia directa; de otro lado tiene la ventaja de que la distancia a veces ofrece nuevas y diferentes perspectivas que, cuando menos, pueden vivificar la discusi¢n. Por eso me gustar”a mucho que ustedes, al final de mis explicaciones, cuestionen y critiquen vivamente lo que voy a decir. He dicho esto como una especie de excusa por el atrevimiento de que yo, extranjero que por primera vez visita este pa”s, quiera hablar ante ustedes de literatura hispanoamericana, e incluso paraguaya, y no s¢lo de literatura, sino tambi‚n de un hecho cultural y vivencial como es el significado de Cristo y la Iglesia para el hombre americano tal como se desprende de algunas novelas. ØQu‚ contestar”a un lector hispanoamericano, al ser preguntado sobre el grado de "cristiandad" de las obras de los grandes novelistas americanos como Miguel Angel Asturias, Gabriel Garc”a M rquez, Alejo Carpentier, Jos‚ Mar”a Arguedas, Julio Cort zar o Augusto Roa Bastos? Probablemente tal pregunta lo dejar”a algo perplejo, ya que las obras de estos autores se leen, y - sobre todo - se venden, bajo la etiqueta de lo m”tico, de ese realismo m gico, del que muy pocos sabr”an decir claramente en qu‚ consiste. Insistir en el car cter cristiano de estas novelas ser”a m s bien contraproducente. De otro lado parece muy obvio y l¢gico que los quinientos a¤os de cultura hispana y cristiana, que han venido formando y transformando las realidades de Am‚rica, hayan marcado tambi‚n su literatura. Sin embargo, dicha pregunta puede ser un punto de partida para adentrarnos en la problem tica que se relaciona con la cristiandad de las novelas m s o menos contempor neas. Creo que un lector normal dir”a que el cristianismo, y precisamente la fe cat¢lica propiamente dicha, es de muy escasa importancia para el sentido de la mayor”a de estas obras. A nadie se le ocurrir”a decir que una novela de Garc”a M rquez o Carpentier es cristiana. Sin embargo es claro que la iglesia, como hecho hist¢rico y material, est  casi siempre presente, sea en forma de sus representantes, los miembros del clero, sea bajo forma de im genes y edificios sacros, o sea en las ceremonias y costumbres de origen religioso. Ciertos s”mbolos cristianos y b”blicos, presentes en nombres de personajes, im genes y situaciones tambi‚n afloran de vez en cuando. No obstante, la fe cristiana, que har”a falta para llenar de vida estas manifestaciones, parece ausente. De aqu” surge una contradicci¢n muy caracter”stica de la literatura hispanoamericana, dir”a casi desde sus inicios, sobre cuyos or”genes remotos quisiera arrojar alguna luz. El dilema del hombre americano frente al cristianismo europeo encuentra su primera expresi¢n significativa y "literaria" en uno de los dibujos con los que el cronista indio peruano Huaman Poma de Ayala ilustra su Nueva Coronica y Buen Gobierno. Me refiero a la imagen de la hoja 694 donde se ve a un pobre indio acorralado por unas horrorosas bestias, que representan a las autoridades coloniales espa¤olas, entre ellas, claro est , el "padre de la doctrina". Lo que importa es que, no s¢lo por la iconolog”a sino tambi‚n por la inscripci¢n que reza Pobre de Jesucristo, el indio se identifica con Cristo, mientras que el sacerdote, representante de la iglesia, del cristianismo institucionalizado, est  del otro lado; se encuentra entre los "animales que no temen a Dios", como tambi‚n se dice literalmente. Tal vez sea un poco fuerte hablar de una temprana manifestaci¢n de anticlericalismo; lo que s” se puede decir es que una actitud cr”tica frente a la Iglesia va de la mano con una comprensi¢n justa y cabal del significado de Cristo como hombre torturado por los hombres, imagen que comporta un mensaje de esperanza y resurrecci¢n, pero tambi‚n de rebeld”a. Cuando ya s” se puede hablar de un anticlericalismo muy generalizado entre los intelectuales de todos los pa”ses hispanoamericanos, es en la ‚poca de la Independencia. Se trata de una actitud, de una reacci¢n bastante comprensible, porque aun despu‚s de haberse conseguido la independencia pol”tica de Espa¤a, la Dependencia espiritual sigue practicamente en pie. La iglesia no dej¢ de ser un factor extranjero: as” por lo menos nos lo muestra su reflejo en la literatura, donde la gran mayor”a de los cl‚rigos son de origen espa¤ol. Adem s, en la mayor”a de los j¢venes estados americanos la Iglesia desempe¤aba el papel poco glorioso de portavoz y apoyo de reg”menes dictatoriales y represivos. Los intelectuales liberales se ve”an obligados a disparar las flechas de sus atroces cr”ticas contra la Iglesia y sus representantes y, muchas veces, bajo la influencia del positivismo europeo, a adoptar una actitud ate”sta y antirreligiosa. Para citar tan s¢lo un ejemplo literario se podr”a mencionar el cuento El Matadero del argentino Esteban Echeverr”a. En la representaci¢n ir¢nicamente exagerada que caracteriza este relato, un cura, que naturalmente se identifica con los conservadores federales, maldice a los unitarios. Lo hace con palabras que para el lector dejan bien clara la convicci¢n pol”tica de este eclesi stico y que adem s nos recuerdan el hist¢rico anticlericalismo de los intelectuales argentinos: ­Ay de vosotros, pecadores! ­Ay de vosotros, unitarios imp”os que os mof is de la Iglesia, de los santos, y no escuch is con veneraci¢n la palabra de los ungidos del Se¤or! ­Ah de vosotros si no implor is misericordia al pie de los altares! Llegar  la hora tremenda del vano crujir de dientes y las fren‚ticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vuestras herej”as, vuestras blasfemias, vuestros cr”menes horrendos, han tra”do sobre nuestra tierra las plagas del Se¤or. La justicia del Dios de la Federaci¢n os declarar  malditos. Las palabras del predicador no dejan lugar a dudas de que Dios est  del lado de los conservadores, de los latifundistas, de la represi¢n: y esta es una imagen de Dios que - tambi‚n a nivel m s profundo - informa gran parte de la narrativa hispanoamericana. Es interesante que en el mismo cuento de Echeverr”a al final se torture y mate a un joven liberal rebelde, cuyo sufrimiento conlleva obvias analog”as con la pasi¢n de Jesucristo. Se insin£a, pues, de nuevo una alusi¢n a un significado simb¢lico de Cristo que cobrar  mayor importancia a partir de mediados de nuestro siglo. Hasta esas fechas, que inauguran algo as” como una revoluci¢n est‚tica en la narrativa hispanoamericana, la misma est  regida por las leyes gen‚ricas e ideol¢gicas de la novela naturalista. Tal afirmaci¢n es v lida particularmente en el caso de la llamada novela indigenista, que a partir de los a¤os treinta se convierte en uno de los g‚neros m s t”picos de la literatura hispanoamericana. Los temas de la Iglesia y la religiosidad encuentran un amplio desarrollo en estas obras, pero dentro de las limitaciones que dicta el mimetismo naturalista: Es decir, el fen¢meno religioso aparece bajo un  ngulo bastante irreverente, con el £nico fin de denunciar los abusos y de proponer reformas y mejoras. La novela indigenista quiere dar una representaci¢n comprometida de la realidad socio-pol”tica, dentro de la cual los personajes novelescos est n inequ”vocamente agrupados seg£n un esquema de buenos y malos. Los curas aparecen generalmente como agentes diab¢licos del poder y de la represi¢n, y bajo esta forma se han convertido en un t¢pico del g‚nero. Como ejemplo mod‚lico se podr”a citar al peruano Ciro Alegr”a con su novela El mundo es ancho y ajeno (1940), donde la Iglesia colabora con los hacendados y se sirve de enga¤osas argumentaciones teol¢gicas para justificar la miseria y la injusticia a la que se ven sometidos los indios. En esta novela, el cura - espa¤ol de origen - despide a un grupo de indios que vienen a pedir ayuda y consejo, diciendo que la iglesia no ha de inmiscuirse en la pol”tica. Su £nico mensaje es: "Orad, rezad, tened fe en Dios, mucha fe en Dios; esto es lo que puedo aconsejaros. Los bienes terrenales son perecederos." Es interesante, sin embargo, que el mismo Ciro Alegr”a haya dejado una novela inacabada con el t”tulo de L zaro, que hab”a de ser una historia de la pasi¢n y la liberaci¢n del pueblo peruano. En ella aparece el tema de la Resurrecci¢n convertido en un concepto pol”tico-social, m s bien en el sentido de rebeld”a y de revoluci¢n. Uno se pregunta por qu‚ se escogi¢ a la figura del pobre y leproso L zaro para simbolizar la resurrecci¢n y no a Cristo. Una respuesta posible, que encuentra apoyo en la interpretaci¢n dada a Cristo en obras de otros autores, es que ‚ste ten”a un prestigio demasiado divino, de pertenencia exclusiva a aquel otro mundo, que no ten”a nada que ver con las penas de los hombres de ac . Adem s, cuando se citaba a Cristo, era solamente porque simbolizaba el sufrimiento y nadie pensaba en desarrollar literariamente el motivo de la resurrecci¢n. Al parecer, el problema de un posible compromiso social, e incluso pol”tico, de la Iglesia es algo que preocupaba a no pocos novelistas de hace unos cuarenta a¤os. Los a¤os cincuenta fueron, a este respecto, un per”odo de discusi¢n y de b£squeda que no tardar”a en dar fruto. Otro autor que interesa al respecto, pero m s bien porque su obra ilustra este proceso de concienciaci¢n y de superaci¢n de los t¢picos, es el colombiano Eduardo Caballero Calder¢n. Aunque partidario de la abstinencia pol”tica de la Iglesia, no deja por eso de abrir nuevos caminos. Expone su doctrina en una novela publicada en 1952 e intitulada El Cristo de espaldas, que, entre otras cosas, pone de manifiesto la impotencia de facto de la Iglesia ante la violencia que ya en aquel entonces flagelaba a toda Colombia. El cura que se nos presenta en esta novela ya no es el c¢mplice de la clase dominante y tampoco busca subterfugios para sustraerse a sus responsabilidades humanas y sacerdotales. Sin embargo, a lo largo del relato el lector se queda con la impresi¢n de que el Evangelio no se presta a orientar el quehacer pol”tico y que cualquier intento de tomarlo en serio en este mundo, el de la violencia y la injusticia, debe llevar al fracaso total. Se nos quiere probar que el Cristo se les pone de espaldas a los ministros de Dios en cuanto act£an pol”ticamente, por m s fieles que sean al Evangelio. Si bien este mensaje no es muy original, la novela presenta algunas novedades formales: se dan muchos y evidentes paralelos entre el protagonista sacerdotal y el Cristo de los Evangelios. La acci¢n se desarrolla durante la Semana Santa, pero no traspasa los hechos que corresponden a la Pasi¢n; no hay ninguna actualizaci¢n novelesca del acontecimiento pascual; la Resurrecci¢n en el m s ac  queda estrictamente excluida. Se puede decir que en esta obra el cristianismo todav”a no es capaz de ofrecer una perspectiva hist¢rica y pol”tica; ni tampoco posee una dimensi¢n liberadora. Al contrario: la violencia, la injusticia y la pobreza se constituyen en elementos de un ciclo fatal, cuya superaci¢n no incumbe a la Iglesia. Como quiera que sea, El Cristo de espaldas es una de las pocas novelas publicadas hasta mediados de siglo en la que se da una discusi¢n seria del cristianismo como actitud religiosa y social. Valga como indicio de que el rechazo global a la Iglesia y la religi¢n, generalizado entre ciertos c”rculos intelectuales, se iba dejando atr s. Tambi‚n hay que tener en cuenta que la religiosidad cristiana no era la £nica en sufrir los ataques de cu¤o positivista-materialista. Ciertas novelas indigenistas, por ejemplo, combat”an con igual fervor las creencias aut¢ctonas de origen precolombino por considerarlas un obst culo que imped”a la propagaci¢n del progreso t‚cnico y material. La recuperaci¢n de la cosmovisi¢n m”tico-m gica que sobrevive entre los pueblos ind”genas de Am‚rica se vio notablemente amparada por la labor de novelistas como Miguel Angel Asturias y el peruano Jos‚ Mar”a Arguedas. La obra de ‚ste £ltimo parece digna de menci¢n en la medida que marca un tr nsito secular, tambi‚n respecto a la valoraci¢n del aporte cristiano. Arguedas es un creador muy comprometido que, a partir de la perspectiva indigenista, fue encontrando y abriendo el camino hacia una revaloraci¢n del cristianismo latinoamericano. Para ‚l, la religiosidad del hombre andino es uno de los r”os profundos que fertilizan las culturas americanas. De aquel substrato religioso nace una fuerza que re-liga al hombre ind”gena con sus pr¢jimos y con la naturaleza. En tal sentido hay que interpretar la multiplicidad de s”mbolos religiosos en la obra de Arguedas: estos signos - pueden aparecer en forma de flores, aves, monta¤as, tambi‚n melod”as y bailes, gestos y monumentos - act£an sobre los personajes, quiz s sobre los lectores tambi‚n, y los integran en un orden de significado trascendente. En Arguedas la religiosidad se transforma en una potencia pol”tica y social que anima la resistencia. En su novela Todas las sangres de 1964, Arguedas descubre al Dios de los pobres en el seno de la comunidad ind”gena, concretamente en el canto de una mujer marginalizada que tiene fama y apariencia de bruja. Es un Dios que "consuela al triste, hace pensar al alegre; quita de la sangre cualquier suciedad". Este Dios, que ser”a el verdadero Dios cristiano, se opone al Dios de la Iglesia que ser”a m s bien el ”dolo de los blancos, de los ricos, de los que est n en el poder: "Dios de los se¤ores no es igual. Hace sufrir sin consuelo." No es por casualidad que el te¢logo de la liberaci¢n, Gustavo Guti‚rrez, haya escogido precisamente este pasaje de Todas las sangres para introducir con ‚l su obra fundamental sobre la Teolog”a de la Liberaci¢n. Es una primera prueba de que la literatura y la teolog”a se dan la mano en la b£squeda de una religiosidad m s genuinamente americana, o sea en el camino hacia una verdadera inculturaci¢n del Evangelio. Jos‚ Mar”a Arguedas pertenece a una generaci¢n de narradores que hicieron mundialmente famosa la novela hispanoamericana. Lo que lograron autores como Gabriel Garc”a M rquez, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes y Roa Bastos junto con muchos otros, fue traspasar los l”mites del realismo-naturalismo y conquistar nuevas formas de expresi¢n, y por lo tanto, nuevos contenidos. Es decir, las nuevas formas literarias crearon un espacio novelesco m s adecuado para la expresi¢n de una dimensi¢n trascendente. Se aceptaba, se reivindicaba incluso la integraci¢n de "lo real maravilloso", de s”mbolos y mitos ind”genas y de creencias m gicas; entonces volvi¢ a ser posible dar entrada a elementos de espiritualidad cristiana, m xime cuando ‚sta formaba parte de la identidad cultural de Latinoam‚rica. Tal hecho significaba, en el campo de la literatura, una enorme revaloraci¢n de la religiosidad popular. Se empezaba a tomar en serio la fe, las creencias y las esperanzas del pueblo, de los pobres y de los indios, por m s obsoletas e irracionales que parecieran. Hay muchas novelas como Todas las sangres que no se limitan a denunciar la injusticia y sus causas, sino que acaban con una visi¢n de un mundo y de una sociedad diferentes sin preocuparse mucho por la facticidad de tales modelos. Son obras de b£squeda y no obras de an lisis. Es a partir de este momento cuando cobra una nueva importancia en la novela hispanoamericana la pregunta por el significado de Cristo y la Iglesia. Pues mientras los novelistas no hicieron otra cosa que "tratar", o bien representar fotogr ficamente a la iglesia y sus representantes desde fuera, siempre ca”an en la trampa de perpetuar los t¢picos, o en el mejor de los casos de reproducir una realidad que parec”a irremediable. Con el surgimiento de la llamada Nueva Novela, sin embargo, ciertos autores se atreven a captar el fen¢meno religioso desde dentro, penetrando en la subjetividad de figuras populares de toda ”ndole. A ese respecto se habr”a de citar al chileno Carlos Droguett con su novela El compadre, escrita hacia 1952 y publicada 15 a¤os despu‚s. El protagonista es un pobre alba¤il de nombre Ram¢n Neira al que la ansiedad existencial y la soledad han transformado en un borracho que se siente abandonado de su mujer y la mano de Dios. Sin embargo mantiene una relaci¢n ”ntima y sentimental con un santo de madera al cual querr”a convertir en padrino de su hijo. El mejor compadre, sin embargo, habr”a sido Jesucristo, piensa ‚l. Con ‚ste se siente a£n m s estrechamente relacionado y le dirige largos mon¢logos en los que reflexiona sobre su desesperada condici¢n. De sus reflexiones nace un cuadro fantasmag¢rico de la "familia de Jesucristo" que, en realidad, refleja su propia situaci¢n familiar y social: Para el alba¤il, Dios es un tir nico padre de familia que proh”be a su hijo Jes£s que se case con Mar”a Magdalena. As” aquel Dios malo y envidioso quiere impedir que su hijo se realice como persona, que entre plenamente en la historia de los hombres: Tal vez si Jes£s hubiera dedicado todo su dolor a Mar”a Magdalena habr”a sufrido mucho m s verdaderamente y con m s crueldad, porque el dolor que dan las mujeres, ‚se s” que debe ser grande y capaz de hacer algo bueno en el mundo. Si el viejo no le hubiera prohibido enamorarse de ninguna hembra, Jes£s habr”a sido mucho m s hombre. No estamos frente a un problema meramente psicol¢gico que acaso haya engendrado una mente distorsionada, sino que la relaci¢n represiva entre padre e hijo se entiende como representaci¢n de estructuras pol”ticas y sociales. La crucifixi¢n se interpreta en el sentido de que Dios es el due¤o del andamio en el que clava a su propio hijo, o sea, a Ram¢n Neira. Habr  que leer esta imagen como una alegor”a de la infeliz compenetraci¢n de los poderes pol”tico, econ¢mico y eclesi stico, tal como se ha dado en muchos estados latinoamericanos. La imagen de un Dios malo tampoco es muy ins¢lita en la novela. Dentro de este escenario Cristo no tiene otra salida que rebelarse contra ese falso Dios, si verdaderamente es hermano de los hombres. O, seg£n las ideas de Ram¢n Neira: Cristo tiene que bajarse de la cruz y nunca m s volver a la casa del padre (es decir, la iglesia). Pero no s¢lo la visi¢n de un Cristo, y, por lo tanto, de un cristianismo m s humano es lo que distingue esta novela. Desde el punto de vista estructural es notable que se establezca una correlaci¢n consecuente y significativa entre el protagonista y el Cristo de los Evangelios. Cada uno de los ocho cap”tulos viene introducido por un ep”grafe b”blico que tiene la funci¢n de orientar la capacidad interpretativa del lector. Ya antes de que Ram¢n Neira empiece a hilar sus extra¤as consideraciones, nosotros sabemos que ‚ste es algo como un Cristo contempor neo y proletario que sufre su pasi¢n sobre un andamio. Sin embargo esta esperp‚ntica historia no tiene nada de una Buena Nueva: Para este pobre de Jesucristo tampoco hay resurrecci¢n; la esperanza est  ausente. La novela termina con un vers”culo de San Mateo: "Y todas estas cosas, principios de dolores." La novela de Droguett aprovecha, pues, el valor simb¢lico que tienen las situaciones, historias y figuras b”blicas. Este procedimiento es estructuralmente comparable a la funcionalizaci¢n de la mitolog”a aut¢ctona, tal como la han practicado varios autores adscritos al "realismo m gico", particularmente Miguel Angel Asturias. La funcionalizaci¢n narrativa de ciertos mitos - poco importa que sean de origen cl sico, b”blico o americano - permite a los novelistas superar ciertas limitaciones del indigenismo y del regionalismo, haciendo posible la correlaci¢n de vivencias genuinamente americanas con situaciones b sicas y existenciales que puede haber vivido cualquier hombre en cualquier rinc¢n del mundo. Uno de los grandes aportes de los mitos y s”mbolos en la literatura es que ahondan y multiplican las significaciones contribuyendo simult neamente a la universalizaci¢n de los contenidos. Pasemos ahora a una novela que ha logrado realizar de forma perfecta y mod‚lica el principio estructural que acabo de explicar y que, tambi‚n por el contenido humano que conlleva, sigue siendo una de las obras m s importantes de la literatura hispanoamericana. Se trata de Hijo de hombre de Augusto Roa Bastos, una novela en la que se hace constante referencia a Cristo como s”mbolo del hombre americano. El mero t”tulo de la obra ya hace alusi¢n a Cristo, pero tambi‚n deja constancia de que se trata de un simbolismo cr”stico extremamente humanizado. El propio Roa Bastos resume el tema de su muy compleja novela en los t‚rminos siguientes: al margen de la an‚cdota, es la crucifixi¢n del hombre com£n en la b£squeda de solidaridad con sus semejantes; es decir, el antiguo drama de la pasi¢n del hombre en la lucha por su libertad, librado a sus solas fuerzas en un mundo y en una sociedad inhumanos que son su negaci¢n. Tal pensamiento encuentra su cristalizaci¢n en la figura de Crist¢bal, uno de los numerosos protagonistas de esta novela marcadamente colectiva en la que nos topamos incluso con varios "Cristos". El nombre de Crist¢bal Jara ya nos coloca en la pista; especialmente cuando se pronuncia en guaran” como Kirito Jara, recordando, pues, a „andejara, nombre de Dios en aquella lengua ind”gena. Al nivel del relato, Crist¢bal se asemeja a Cristo en la medida que sacrifica conscientemente su vida por los camaradas acorralados en el Chaco. La cruz a la que se deja atar es el volante del cami¢n con el que transporta el agua vivificante para los combatientes. Despu‚s de celebrar una "£ltima cena", como se dice literalmente, muere precisamente en el momento de llegar a su destino, por un tiro disparado desde sus propias filas. Pero su muerte no parece ser m s que un "breve descanso", o sea un "largo sue¤o", kerana puku. Como Cristo "atraviesa la muerte" para traer la vida: El cami¢n de Crist¢bal Jara no atraves¢ la muerte para salvar la vida de un traidor. Envuelto en llamas sigue rodando en la noche, sobre el desierto, en las picadas, llevando el agua para la sed de los sobrevivientes. Todos los destinos humanos rescatados en esta novela expresan una esperanza irracional y dif”cilmente explicable, pero no menos real, la esperanza de que el sufrimiento y el sacrificio tengan alg£n sentido, que de la muerte pueda surgir la vida. M s que en las otras obras ya comentadas surge un elemento de vitalidad, de inmortalidad que parece ser un lejano reflejo de la Resurrecci¢n que promete la fe cristiana. Pero en Roa Bastos, esta fe - de existir - no se alimenta del catequismo, ni es fruto de la predicaci¢n de la Iglesia, que tambi‚n est  presente en la novela. Es obvio que lo que parece cristiano es en realidad la herencia de la religiosidad aut¢ctona. El autor insiste en ello por medio del ep”grafe que abre la novela y que introduce el tema de la Resurrecci¢n: ...He de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos... Y har‚ que vuelva a encarnarse el habla... Despu‚s que se pierda este tiempo y un nuevo tiempo amanezca Seg£n indicaci¢n del autor los versos corresponden a un Himno de los muertos de los guaran”es. El otro ep”grafe, que precede a ‚ste, es realmente de origen b”blico pero mucho menos esperanzador. Contribuye, sin embargo, a poner de relieve el car cter culturalmente mestizo del universo narrativo. La religiosidad popular es de gran importancia para el sentido de la obra. El culto al Cristo de madera, al que est  dedicado el primer cap”tulo, es el n£cleo simb¢lico de toda la novela. Desde el comienzo de la narraci¢n Cristo se va constituyendo en su leitmotiv. Pero ‚ste no es el Cristo de la Iglesia. Seg£n el narrador se trata de una extra¤a creencia en un redentor harapiento como ellos, y que como ellos era continuamente burlado, escarnecido y muerto, desde que el mundo era mundo. Una creencia que en s” misma significaba una inversi¢n de la fe, un permamente conato de insurrecci¢n. El Cristo de madera es un s”mbolo de rebeli¢n. El rito del Viernes Santo, tal como lo celebran los itape¤os, expresa un violento deseo de desclavarse, de liberarse de una cruz, imagen que ya conocemos de la obra de Droguett: Las manos se tend”an crispadas y tr‚mulas hacia el Crucificado. Lo desclavaban casi a tirones, con una especie de rencorosa impaciencia. [...] Era un rito  spero, rebelde, primitivo, fermentado en un reniego de insurgencia colectiva, como si el esp”ritu de la gente se encrespara al olor de la sangre del sacrificio y estallase en ese clamor que no se sab”a si era de angustia o de esperanza o de resentimiento, [...]. En otro cap”tulo que lleva el t”tulo teol¢gicamente significativo de Exodo, se alude igualmente a un cantar bilinge y an¢nimo [que] hablaba de esos hombres que trabajaban bajo el l tigo todos los d”as del a¤o y descansaban no m s que el Viernes Santo, como descolgados tambi‚n ellos un solo d”a de su cruz, pero sin resurrecci¢n de gloria como el Otro, porque esos cristos descalzos y oscuros mor”an de verdad irredentos, olvidados. La Iglesia oficial tiene muy poco que ver con las esperanzas y necesidades de este pueblo; m s bien se sit£a del lado de sus verdugos. El cura de Itap‚, que s¢lo viene espor dicamente desde fuera a decir misa, le veda al Cristo la entrada en el templo porque ha salido de las manos de un leproso. Sin embargo, en esta novela se esboza algo como el proyecto de una iglesia diferente: una iglesia del pueblo, cuyo evangelio es la historia del Cristo de madera, cuyo ap¢stol es Crist¢bal Jara, cuya lengua es el guaran”, una iglesia que celebra sus ritos y  gapes al aire libre y para la cual salvaci¢n significar”a tambi‚n liberaci¢n. En tal sentido habr”a que incluir tambi‚n a Roa Bastos entre los precursores de la Teolog”a de la Liberaci¢n. Es claro que al escribir la novela a finales de los a¤os sesenta no pod”a tener conciencia de ello. Pero en 1974, cuando aquella corriente de la teolog”a latinoamericana ya se hab”a constituido, coment¢ en una retrospectiva el valor casi prof‚tico de su novela: [...] s”n hab‚rmelo propuesto, encuentro que en esta novela se plantea el drama del Cristo rebelde frente a la Iglesia oficial, que llevaba a la desintegraci¢n a la vez que a la desestructuraci¢n social y espiritual de un pueblo. Siento que esto ha salido no de mis manos, de mis prop¢sitos, sino de estas potencias vitales del pueblo que impregnaron el mito del Cristo rebelde; siento que el pueblo mismo enfrenta a la Iglesia oficial, a sus pr cticas formalistas, farisaicas, [...]. Llama la atenci¢n, pues, que ciertas ideas que anticipan parte del programa de la reciente teolog”a latinoamericana, encuentren su primera expresi¢n en la literatura, y precisamente en la obra de autores que prestan o”dos a la voz de los marginados. No hace falta esperar muchos a¤os hasta que salgan otras novelas que constituyen ya una reacci¢n inmediata de la literatura ante los cambios que ha experimentado la Iglesia latinoamericana a partir de Medell”n. Sobre todo las figuras sacerdotales se presentan de manera m s diferenciada, y hay varios casos de curas novelescos que trabajan con los pobres de las barriadas o que se comprometen con la causa de las comunidades ind”genas. En una obra del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta con el t”tulo de Siete lunas y siete serpientes, publicada en 1970, ya empieza a actuar una "iglesia de los pobres" que parece inspirada en la Teolog”a de la Liberaci¢n. En ella una figura de madera, el "Cristo quemado", se baja de la cruz en la iglesia parroquial porque ya no puede soportar la injusticia y la violencia que dominan el pueblo. El Cristo revolucionario se mete a discutir con el cura, despert ndole la conciencia. Al final lo convierte a un cristianismo m s activo y responsable que se rige por la m xima: "D‚jate de milagros y ponte a trabajar". Tampoco falta la contrapartida, el cura antiguo que se corresponde con los t¢picos consabidos y que, seg£n los reproches que el Cristo le lanza en cara, ha dado las espaldas a los suyos, "a los de abajo". La novela termina con la visi¢n de una nueva iglesia inspirada en un Cristo que est  del lado de los pobres: "Se ha vuelto un gigante [...]. Una fuerza germinal. ØEstar  resucitando nuevamente? [...] Cristo est  ardiendo. Es una antorcha." Aguilera Malta es uno de los novelistas que descubren la actualidad de Cristo en Latinoam‚rica. Paralelamente se puede observar, en otros autores, un nuevo inter‚s por el Evangelio como fuente de inspiraci¢n para el quehacer literario. Ya no se limitan - como lo hicieron muchos autores desde los a¤os 50 - a hacer uso de mitos b”blicos como plasmaciones de la condici¢n humana en general, sino que intentan una reinterpretaci¢n de los Evangelios bajo el signo de la Teolog”a de la Liberaci¢n. El gran narrador venezolano Miguel Otero Silva public¢ en 1984, poco antes de su muerte, su £ltima novela con el t”tulo de La piedra que era Cristo. Se trata de una narraci¢n sobria y sin alardes art”sticos, que se basa en los Evangelios y fuentes hist¢ricas. Otero intenta una desmitologizaci¢n, pero evita destruir el misterio de los textos b”blicos. Otra vez salta a la vista la humanizaci¢n a la que se somete la figura de Jes£s. Es evidente que el enfoque de Otero se centra en todos los elementos y detalles de la vida de Jes£s que denotan su solidaridad y simpat”a para con los pobres y desheredados, y todo ello sin que la novela degenere en un panfleto pol”tico-revolucionario. Como en casi todas las elaboraciones literarias de los Evangelios la figura de Mar”a Magdalena cobra particular relieve. La crucifixi¢n y la resurrecci¢n no son referidas directamente por el narrador, sino por medio del testimonio subjetivo de esta mujer. Cito a continuaci¢n un pasaje que dar  una idea de la textura del relato: Mar”a Magdalena subir  de nuevo al G¢lgota, guiada por la sed de volver a ver al amado de su alma. l ha resucitado y ella lo sabe. La historia de Jes£s no puede concluir en tanta derrota, tanta desolaci¢n y tanta tragedia est‚ril. Es necesario que ‚l se imponga a la muerte, que ‚l venza la muerte como ning£n hombre lo ha vencido jam s, de lo contrario ser  una f bula in£til su vida maravillosa, y la semilla de su doctrina ir  a consumirse sin germinar, entre pe¤ascos y olvido. l ha anunciado la presencia del reino de Dios, y el reino de Dios nacer  de su muerte como nacen de la noche las l mparas ins¢litas del alba. Con su resurrecci¢n, Jes£s de Nazaret vencer  al odio, a la intolerancia, a la crueldad, a los m s encarnizados enemigos del amor y la misericordia. Junto con ‚l resucitar n todos aquellos a quienes ‚l am¢ y defendi¢; los humillados, los ofendidos, los pobres cuya liberaci¢n jam s ser  cumplida si ‚l no logra hacer a¤icos las murallas que tapian su muerte. Otero no deja lugar a dudas de que su historia se ha desarrollado hace 2000 a¤os en Galilea, lo que no impide que cualquier lector efect£e casi autom ticamente una transferencia de los hechos narrados, situ ndolos en el suelo americano: Estos hombres, por ejemplo los pescadores del lago Tiber”ades igualmente podr”an vivir en uno de los pa”ses "subdesarrollados" del Tercer Mundo; Herodes y Poncio Pilato parecen fantoches de un r‚gimen dictatorial amparado por los Estados Unidos; los representantes del Juda”smo oficial colaboran con los poderosos como lo han hecho miembros de la jerarqu”a eclesi stica. Lo que incita a establecer tales paralelos es algo que se podr”a llamar la biblicidad de la realidad latinoamericana. La novela de Otero precisa de la colaboraci¢n del lector para desplegar su americanidad. Un poco diferente es el caso del mejicano Vicente Le¤ero y de su novela El Evangelio de Lucas Gavil n de 1979. El autor intenta transponer de manera consecuente y detallada el Evangelio de San Lucas a la realidad mejicana de nuestra ‚poca. Su "Nov”simo Testamento" es una par frasis moderna del relato b”blico. El sentido pol”tico-social tiene una cierta preponderancia, pero no esconde la dimensi¢n religiosa. La historia trata de Jesucristo G¢mez, hijo de un alba¤il, que nace en circunstancias milagrosas, crece y llega a ser un l”der popular que re£ne a su alrededor una comunidad, predic ndoles a los pobres y marginados la Buena Nueva de una justicia que s¢lo puede realizarse si Dios quiere y si los hombres se esfuerzan por realizarla. A la postre su actuaci¢n le vale la persecuci¢n de las autoridades y da con sus huesos en la c rcel. Es torturado y muere. Pero despu‚s de muerto reaparece ante sus disc”pulos bajo circunstancias muy enigm ticas, sembrando entre ellos el germen de una esperanza. En un pr¢logo, dirigido, como en el original, a un tal Te¢filo, el narrador explica el prop¢sito de su obra [...] no obstante los obst culos insalvables que me acosaban, decid” intentar mi propia versi¢n narrativa impulsado por las actuales corrientes de la teolog”a latinoamericana. Los estudios de Jon Sobrino, de Leonardo Boff, de Gustavo Guti‚rrez y de tantos otros, pero sobre todo el trabajo pr ctico que realizan ya numerosos cristianos a contrapelo del catolicismo institucional, me animaron a escribir esta par frasis del Evangelio seg£n San Lucas buscando, con el m ximo rigor, una traducci¢n de cada ense¤anza, de cada milagro y de cada pasaje al ambiente contempor neo del M‚xico de hoy desde una ¢ptica racional y con un prop¢sito desmitificador. Algo que ya reconocemos como una constante de todas las novelas de este tipo es el enfrentamiento de los protagonistas con la Iglesia institucional. A las autoridades eclesi sticas se asigna en la novela el papel que desempe¤an los jud”os en el Nuevo Testamento. La discusi¢n, que el joven Jes£s mantiene con los doctores de la Ley en el Templo, se transforma en una disputa con j¢venes representantes de la Iglesia mejicana - seminaristas y miembros de Acci¢n Cat¢lica -, y se desarrolla en el ambiente del Santuario de la Virgen de Guadalupe. Se nota tambi‚n que la religiosidad popular es vista con menos tolerancia y simpat”a que, por ejemplo, en Hijo de hombre. Jesucristo G¢mez no vacila en condenar tales manifestaciones de la fe popular siempre que se trate de supersticiones retr¢gradas que contradigan a su esfuerzo por lograr una concienciaci¢n. Para dar tambi‚n un ejemplo de la hechura de esta obrita sirva un pasaje que corresponde al episodio de Jes£s en la sinagoga de Nazaret, narrado en San Lucas 4,16. Adem s permite hacerse una idea de c¢mo se manifiesta en Le¤ero el enfrentamiento de las "dos iglesias" y de dos posturas sacerdotales, otro de los leitmotiv de todas estas novelas. El padre Far”as hablaba de la resignaci¢n cristiana: Dios vino al mundo, queridos hermanos, para ense¤arnos a soportar las penas de la vida y para decirnos que all  en el cielo recibiremos la recompensa de su amor. Por eso, con una gran fe en Dios y en su madre sant”sima debemos aceptar las desgracias y tolerar nuestros sufrimientos confiados siempre en la promesa divina de esa vida perdurable que ‚l nos vino a anunciar. -­Mentira! - Un trueno estall¢ en el sagrado recinto. La voz potente de Jesucristo G¢mez hizo abrir de golpe los ojos de quienes dormitaban aburridos y gir¢ cabezas hacia la orilla izquierda del presbiterio. [...] -Dios vino a proclamar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos. Eso dice el Evangelio. No menos que Otero, Le¤ero sabe eludir el peligro de reducir el Evangelio a su mera dimensi¢n social y pol”tica. Ciertos procedimientos estil”sticos propios de la novela moderna, que maneja siempre con maestr”a dejan un margen de incertidumbre que la fe del lector ha de rellenar. As” queda intacto el car cter transgresivo, superrealista o sencillamente religioso de la narraci¢n. Esto se hace notar especialmente cuando se trata de encontrar una realizaci¢n narrativa para el momento de la Resurreci¢n - que aqu” ya reemplaza la "descrucifixi¢n" a la que aluden Droguett y Roa Bastos. En El Evangelio de Lucas Gavilan dos sepultureros, que no tienen nada de ang‚lico, se dirigen a las mujeres que han venido a buscar el cuerpo de Jes£s a la fosa com£n con las siguientes palabras: -Para m” esos hombres no mueren nunca -dijo-. Pueden matarlos pero no se mueren. Al contrario, siguen cada d”a con m s vida, como quien dice. Mar”a Magdalena empez¢ a sollozar. -Hay que echar la tristeza a la basura, se¤ora. Acu‚rdese de lo que ‚l dec”a... El camino es para adelante y ‚l no ha dejado de caminar. -No tiene caso buscar a un muerto -complet¢ el hombre de la cubeta. Se trata de una interpretaci¢n de la Resurrecci¢n como supervivencia del esp”ritu de una persona, lo que, en el fondo, recuerda vivamente lo que leemos en Hijo de hombre. - M s tarde los disc”pulos, durante un viaje en autob£s, se topan con un hombre muy parecido al maestro y con la misma predilecci¢n por las mandarinas que caracterizaba a Jesucristo. El "hombre de las mandarinas" es un sacerdote que asiste a los pobres de las barriadas, guiado por la divisa: "El £nico modo de hacer que Jesucristo no se muera es continuando su obra". A pesar de todos los indicios los disc”pulos siguen desconfiando y no reconocen al que debe ser el resucitado - precisamente porque ‚ste se da a conocer como hombre de la Iglesia. El tratamiento dispensado a la Resurrecci¢n no s¢lo en esta £ltima, sino en todas las novelas mencionadas, es significativo. Aun cuando se adaptan muchos o todos los motivos del relato b”blico, hay algo as” como una inhibici¢n muy marcada a dar una forma literaria y actualizada a esta £ltima verdad, de capital importancia en el cristianismo. Por lo menos la Resurrecci¢n no aparece nunca como hecho seguro y consumado. En parte tal rechazo se puede explicar como reacci¢n a la postura triunfalista adoptada por la Iglesia durante siglos. Si autores como Le¤ero no silencian o niegan totalmente al Cristo resucitado, siempre procuran dar una versi¢n m s modesta y tal vez no menos esperanzadora, que invita al lector a decir, junto con el Pedro Sim¢n mejicano: "ya entendimos que el maestro no est  muerto. Y eso es lo importante." Quedan por decir algunas palabras finales respecto a la imagen de Cristo y la Iglesia tal como se nos presentan en las obras que acabamos de analizar. De un lado hay que constatar la actitud muy cr”tica y severa, que va hasta el rechazo total, de la Iglesia real e hist¢rica en Am‚rica Latina. Pero de otro lado se nota el creciente inter‚s de la literatura por Cristo como un s”mbolo inagotable: primero del sufrimiento, luego tambi‚n de la esperanza. ØCabr”a decir que la opci¢n de las novelas propugna una f¢rmula del tipo Cristo s” - Iglesia no? Tama¤a simplificaci¢n estar”a en total desacuerdo con la complejidad de las obras, especialmente cuando pretenden dar m s de un mero an lisis de las respectivas circunstancias socioecon¢micas. Novelas como Hijo de hombre y Todas las sangres contienen algo que se podr”a llamar dimensi¢n prof‚tica. Es cierto que la figura de Cristo, dondequiera que aparezca en las novelas y se la tome en serio, entra en conflicto casi autom ticamente con la Iglesia institucional. Pero incluso en los textos de autores evidentemente anticlericales la referencia simb¢lica a Cristo engendra involuntariamente la reivindicaci¢n de un mundo m s humano. Algunos sencillamente lo echan de menos, lo a¤oran - otros visten con todos los colores de su imaginaci¢n lo que podr”a ser la comunidad de los hombres, la aut‚ntica Iglesia Latinoamericana. En este punto vuelvo a insistir en mi condici¢n de europeo, de extranjero para el que cada p gina de una novela hispanoamericana es verdaderamente un Mundo Nuevo: Puedo decir que por lo menos nosotros aprendemos mucho de la lectura de las obras escritas en Am‚rica. El peruano Jos‚ Mar”a Arguedas, el paraguayo Augusto Roa Bastos y el mejicano Vicente Le¤ero nos ense¤an que la Iglesia y que todos los hombres podemos participar en la riqueza espiritual de los pueblos americanos, que sus formas comunitarias de vida, de trabajo y de esperanza son un tesoro digno de rescatarse, aunque tal vez ya sea demasiado tarde. De las culturas que nuestra evangelizaci¢n no ha llegado a penetrar por completo, aprendemos que ac  Jesucristo puede simbolizar una forma de comunidad humana que no debemos rechazar, a pesar de que 500 a¤os de cristianismo en Am‚rica no hayan bastado a darle plena vida. NOTAS  Conferencia dictada el 13 de octubre de 1992 en la Universidad Cat¢lica "Nuestra Se¤ora de la Asunci¢n" (Asunci¢n/Paraguay). Un an lisis m s detallado de algunas de las obras aqu” comentadas se encuentra en mi libro Christliche Symbolik und Christentum im spanischamerikanischen Roman des 20. Jahrhunderts. Con un resumen en espa¤ol, Frankfurt am Main/Bern/New York/Paris, Peter Lang, 1989 (Europ„ische Hochschulschriften, Reihe XXIV, Iberoromanische Sprachen und Literaturen, Bd. 29).  Felipe Waman Poma de Ayala: Nueva Cr¢nica y Buen Gobierno. Ed. de John V. Murra et al., Madrid: Siglo XXI, 1987, Tomo B, p. 749.  Esteban Echeverr”a: El matadero. La cautiva. Ed. de L. Fleming, Madrid: C tedra, 1986, p. 93.  Cf. Rosa M. Cabrera: "El s”mbolo de Cristo en la novela hispanoamericana", en: Actas del Cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, Salamanca 1982, Vol. I, p. 225s., as” como Dietrich Briesemeister: "Esteban Echeverr”a, El matadero", en: Volker Roloff y Harald Wentzlaff-Eggebert [eds.], Der hispanoamerikanische Roman. I. Von den Anf„ngen bis Carpentier. Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1992, p. 48.  Ciro Alegr”a: Novelas completas. Madrid: Aguilar, 1959, p. 586.  Jos‚ Mar”a Arguedas: Todas las sangres, Madrid: Alianza/Losada, 1982, p. 426s.  Carlos Droguett: El compadre, M‚xico: Mortiz, 1967, p. 102.  Roa Bastos seg£n: Adriana Vald‚s/Ignacio Rodr”guez, "Hijo de hombre: El mito como fuerza social", en: Helmy F. Giacoman [ed.]., Homenaje a Augusto Roa Bastos. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid 1973, p. 109.  Augusto Roa Bastos: Hijo de hombre, Barcelona: Argos Vergara, 1979, p. 355.  Ibid., p. 13.  Ibid., p. 12.  Ibid., p. 102.  Augusto Roa Bastos: "Cultura popular en Latinoam‚rica y creaci¢n literaria", en: Stromata, XXX, 1/2 (1974), p. 61.  Demetrio Aguilera Malta: Siete lunas y siete serpientes, M‚xico: Fondo de Cultura Econ¢mica, 1970.  Ibid., p. 63.  Ibid., p. 314.  Ibid., p. 336.  Miguel Otero Silva: La piedra que era Cristo, Barcelona: Plaza & Jan‚s, 1985, p. 196.  Vicente Le¤ero: El Evangelio de Lucas Gavil n, Barcelona: Seix Barral, 1979, p. 11s. Bei der Interpretation dieses Romans stellt sich grunds„tzlich die Frage, welche Passagen von Le¤ero bzw. einem anderen Erz„hler als Lukas verantwortet werden und welche in ihrer Existenz und Aussage dem Imperativ der Vorlage gehorchen, so daį ihre eigenst„ndige Bedeutung fraglich wird. Ein Beispiel dafr ist der Schluį des Prologs: "Sobra apuntar que mi libro no pretende en modo alguno violentar la sensibilidad de los cristianos, a quienes va dirigido muy especialmente con el  nimo de acrecentar las ense¤anzas que hemos recibido y fortalecer y depurar nuestra fe." (12 f., Hv. n. o.)  Ibid., p. 65s. Bei Lukas findet sich an dieser Stelle wieder ein Zitat aus dem AT (Jes 61, 1-2)  Ibid., p. 301.  Ibid., p. 306.  Ibid., p. 307s. 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